El espacio de Los Grandes....

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MERCEDITAS ... NO SOLO UN CHAMAME....


Merceditas es un tradicional tema musical inspirado en una historia de amor que ganó popularidad en Argentina a fines del siglo pasado. Un chamamé creado e interpretado por su autor, el célebre Ramón Sixto Ríos.
Pero hablar de la mujer que inspiró este himno a la pasión implica conocer o aproximarse a una historia de vida que se nutre de la realidad y la leyenda, del amor y el temor, de lo próximo y lo lejano.

La chica suiza de Humbold
Merceditas, como todos la llamaban, era descendiente de suizos alemanes y en su ser se plasmó desde pequeña el esfuerzo y el valor del trabajo que ella supo imprimir a su actividad. Su andar por la vida comenzó un 21 de diciembre de 1916 en la zona rural de Humboldt, un contexto geográfico que hacía honor a sus abuelos suizos, quienes fueron los primeros colonizadores de los campos de la zona.
Desde pequeña y junto a su hermana menor Ernestina y sus padres, Alberto Strickler y Margarita Emilia Kahlow continuó el camino emprendido por sus antecesores y de esta manera su rutina se tiñó de tareas propias del campo. A los siete años comenzó a colaborar junto a su padrastro -ya que su padre había fallecido cuando ella tenía solamente siete meses y tiempo después su madre se volvió a casar- en trabajos del tambo.
La vida por ese entonces estaba signada por ciertas incomodidades como la falta de luz eléctrica y como el ordeñe se realizaba muy temprano, ella se levantaba a la una de la mañana para poder cumplir con esas tareas rurales. También trabajaba en la quinta, cuidaba los pollos y toda clase de tarea que requerían de espíritu de sacrificio, constancia y trabajo.

No se atrevió a desafiar el destino
Sus días alternaban entre el campo y algunas salidas al pueblo de Humboldt, distante diez kilómetros de su hogar. Allí iba para los festejos de carnaval y algunos bailes que terminaban a la una de la mañana.
Fue en 1939 cuando llegó al pueblo un conjunto teatral integrado entre otros artistas por Ramón Sixto Ríos (1913-1994), nacido en la ciudad entrerriana de Federación. Era un joven muy apuesto que tocaba la guitarra y que al conocer a Merceditas, en uno de los intervalos de la obra en donde se bailaba, quedó deslumbrado y la invitó a bailar. Fue ese el inicio de una historia de amor que se plasmó no sólo en el corazón, sino en la calidez de la música.
Tal fue el amor que un día Sixto decidió ofrecerle casamiento y llegó a su casa con los anillos, pero ella no pudo desafiar su destino; tenía por entonces 24 años enraizados con su gente, su ámbito y no se animó a desprenderse de su tierra, su familia y de todo aquello que la forjó como mujer, como persona.

Vidas paralelas
Pasó casi medio año y en la radio sonaba la canción “Merceditas” que inmediatamente fue un éxito convirtiéndose en uno de los clásicos de la música popular. También Sixto le dedicó otras dos canciones: “Pastorcita de las flores” y “Las glicinas”, que no alcanzaron la trascendencia de la anterior.
La vida de ambos transcurrió por separado: Mercedes en su casa, en sus tareas rurales, pero también con sus ropas de leopardo, su campera de cuero y botas, su moto, sus cabellos rubios, alguna vez teñidos de negro, sus carreras de caballos que alguna vez llegó a hacerle a alguien en sus viajes de vacaciones a las sierras de Córdoba. Sixto, por otro lado, en Buenos Aires, se casó y según se inscribe en la nostalgia popular, nunca olvidó a su Mercedes. Quiso el destino no beneficiarlo con el don del amor, ya que poco tiempo después, casi a los dos años, se quedó viudo.

Un reencuentro trunco
Durante cuarenta años no volvieron a verse pero cierto día, una revista porteña publicó un reportaje a Mercedes donde ella contaba su historia. Dicho ejemplar llegó a las manos de un familiar de Sixto y es así como el se enteró y le escribió una carta invitándola a Buenos Aires.
El reencuentro significó, sin dudas, aproximar dos historias de vida marcadas por el amor, el recuerdo y el encuentro a través de la melodía que supo plasmar en la música, sentimientos profundos, casi irreverentes y desafiantes. Poco tiempo después Sixto fallece, llevándose consigo sin duda, el recuerdo de quien inspirara su vida y su obra.

Belleza, realidad y leyenda
Fue ella poseedora de una belleza como pocas, grandes ojos azules transparentes, pelo rubio como el trigal, de una personalidad segura y libre, con fuerte arraigo a su lugar, todo lo que sin dudas cautivó el corazón de aquel hombre.
El patio de la humilde casa donde residió estuvo siempre coronado de glicinas, y en el se cobijaron perros, loros, muchos gatos (amigos y únicos compañeros de toda la vida) mudos testigos de una increíble historia de vida que dejó de existir en la ciudad de Esperanza un domingo 8 de julio de 2001, luego que se le detectara una enfermedad terminal.
Fueron 84 años de vida en los que se fusionaron la realidad y la leyenda, alimentada en la imaginación popular por la fuerza arrolladora del amor que no pudo concretarse, pero que si supo proyectarse para siempre en cada canción que inmortaliza su recuerdo. Merceditas fue la musa inspiradora que trascendió para palpitar en el corazón hecho canción.

Nota:  Alicia Teresa Brunas




CHITO ZEBALLOS 


Prudencio Alberto Enrique "Chito" ZEBALLOS nace en Chilecito (La Rioja) el 15 de julio de 1936. Cantor, autor, compositor, recitador, abogado. Integrante fundador de los increíbles "Tres para el Folklore" con Luís Amaya yLalo Homer.

Su peña en Córdoba hizo historia. Radicado en Neuquén, donde grabó su último trabajo discográfico, muere a los 60 años de edad el 26 de octubre de 1996.
Si se lo escucha como se debe, fácil será advertir todo lo que hay detrás de Chito Zeballos. Pues es una ventana abierta al paisaje y al espíritu de ese pueblo al que ya Sarmiento le adivinaba perfiles bíblicos.

En Chito Zeballos late el pulso mineral de esta tierra que se macera bajo el sol para dar solamente los frutos más nobles: el vino, por ejemplo, que alegra el tiempo de los hombres; el olivo ritual que consagra, encomienda y da las bienvenidas; los metales suntuosos, el oro, la plata. Y los varones impares, como aquellos que hacían temblar el país bajo sus bárbaros galopes. . .

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